lunes, 13 de mayo de 2019

El Nombre del Viento



Ahí estaba él plantado, con su espada en ristre. Tenía un aire espectral, como de alguien que ni siquiera pertenece a esta dimensión. Esto último era fácilmente imperceptible, las marcas del tiempo lo habían borrado casi por completo. Ahora, era de esas personas que se podrían difuminar con el resto del mundo. Esto ocurriría de no ser por su deslumbrante pelo rojo fuego, y sus ojos, verde profundo.
Mi madre me había hablado de él con anterioridad. Yo, en mi empecinado orgullo, no quise dejar el otro, a pesar de siendo ésa la quinta vez que lo leía. El orgullo es una imperfección humana, muchos lo padecen. No era una excepción el otro, el, por así decirlo, rival.
Este se diferenciaba del espadachín por muchas razones. Que no llevaba ningún arma era obvio. Luego estaba la vestimenta. Mientras que uno vestía de cuero y tela gastada por los años, el muchacho llevaba un traje nuevo, de un día y medio como mucho, gris a rayas. Cada prenda del conjunto combinaba a la perfección con la siguiente.
El último aspecto que los distinguía eran los ojos. Comparados con el de uno, verdes, los suyos, uno azul y otro avellana, destacaban como él mismo lo había hecho en su juventud. Un joven rico, sin padre, cuya única ambición fue recuperar el oro de la familia, llegó demasiado lejos. Simplemente se metió donde no debía, y eso provoco, en varias ocasiones, la destrucción parcial del mundo conocido. Poca cosa.
En eso sí se parecían. Eran huérfanos. El guerrero, de padre y madre, eso sí. Aunque en proporción él había pasado por muchos más males que el muchacho. Primero, vinieron los que se llevaron la vida de toda su familia, y lo obligaron a vagar sólo por el bosque, con únicamente el laúd de su padre para protegerse. Para cuando llegó a aquella hostil ciudad, ya casi no se tenía en pie. Pero allí todo fue a peor.
Dos años pasó en un entorno de extrema pobreza, viviendo entre ratas, huyendo de guardias y otros maleantes. Fue así hasta que se acordó del mago que le enseñó en su niñez, lo que hizo que se alejase de allí lo antes posible y llegase a la universidad de Arcanistas, donde haciendo gala de su increíble inteligencia, llegó a lo más alto. Después de revolucionar el gallinero entre alumnos (y maestros), yhabiendo completado su aprendizaje, se fue muy, muy lejos, como un humilde trotamundos. Fue contratado, despedido y perdonado, y finalmente se encontró dirigiendo una patrulla de guerrilleros que le hicieron acercarse demasiado a una elfa con malas intenciones. Esta lo tuvo cautivo un año, finalmente haciendo que él ganase su capa, hecha de pura sombra en honor a los dos años que pasó como su amante. A partir de ahí, llegó al lugar donde un buen amigo fue entrenado. Y al marchar, son desconocidos los acontecimientos que lo llevaron a, unos años más tarde, encontrarse pudriéndose como un tabernero en tierra de nadie.
Dos sagas bellamente escritas. Ciertamente. Y aunque la trepidante acción y el original humor que tiene el muchacho, cuyo nombre es sabido que es Artemis Fowl, hacen que esa sea un libro que desde mi punto de vista, es mejor que muchos otros, no son comparables a la elegancia y el insuperable popurrí de emociones que te produce El Nombre Del Viento, por no hablar, claro, de la increíble complejidad de personajes que concierne. Y seguiría escribiendo, pero no resistiría la irresistible tentación de leérmelo otra, y otra, y otra vez.
Claro, que de esto nada sabían los dos jóvenes, hermano y hermana que, desde lo alto, esperaban su turno para entrar a la acción.
Akuma y Ermine, ambos medio riéndose, se quedaron mirándolos a los otros dos, que estaban enfrentados con la mirada. Ellos iban a ganar, estaba claro. ¿Por qué? Muy sencillo. ¿A quién iba a hacer caso Él, a dos individuos cuyos destinos ya estaban marcados, o a sus propios hijos? Al fin y al cabo, esto son todos asuntos familiares, ¿O no?
Arún Díaz Ramos (2º ESO A) 

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